Siempre, desde que recuerdo, he llevado mal que la gente a la que quiero se vaya, ponga distancia física o simplemente deje que el silencio tapone las vías por las que hasta entonces fluían las palabras.
Da igual que sea para siempre, o por tiempo indefinido. Odio despedirme, odio decir adiós, ni siquiera como mera formalidad.
Cada vez que esto ocurre (por mucho empeño que le ponga, hay veces que pasa), inevitablemente se crea un hueco por el que se cuela un aire que hiela los huesos, un vacío físico que sólo puede cerrarse volviendo a colocar la pieza que falta.
De vez en cuando toca despedirse, "hasta la próxima", y, con el tiempo, el corazón se va quedando como un queso de gruyère.
(Lo peor son los dias de viento)
Hasta la próxima,
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