el otro día, mientras estaba en el masajista (os juro que me dolían los hombros, que no era una burda excusa para obligar -previo pago- a un hombre a tocarme durante una hora... a pesar de los hirientes comentarios del masajista "pues yo te noto la espalda bien... ahora, si tú dices que te duele...", que me dieron ganas de ponerle la mano en la boca y decirle aquello de "calla... no digas nada... y acaba lo que has empezado" (este mensaje mejora mucho si con la otra le deslizas un billete de 20€ en el bolsillo del pantalón, o eso me han contado, que yo no...), si no hubiese sido porque la posición en la que estaba no me permitía hacer ese giro de brazo sin luxarme el alma, os juro que lo hago, y ya llevo varios juramentos en menos de un párrafo) (dios, qué paréntesis más largo...!), me pregunté varias cosas sin importancia, que os ahorraré por el bien general , y una vital: ¿los profesionales de las cosas -así, rollo genérico- se dan cuenta de aspectos de nuestra vida observando rutinas para nosotros anodinas? ¿mi masajista, por ejemplo, puede saber si soy diestra o zurza tocándome los músculos -músculos cincelados en cobre menorquín, formando mi escultórico cuerpo..-? ¿la cajera del super puede adivinar si mi vida sexual es más o menos activa contando la cantidad de chocolate que me llevo? ¿le habrá desconcertado el hecho de que, aparte de la ingente cantidad de chocolate llevase también 4 botellas de vino molón, o simplemente habrá pensado que, dado mi estado carencial, quería coger una curda de calidad?
Las cajeras de los supermercados son malvadas. Ahí están, calladitas, mientras sus maquiavélicas cabezas no paran de analizarnos...
Llamadme paranóica -desde el cariño, si puede ser-, pero yo mañana empiezo a hacer la compra por internet.
(y que sepáis que el chocolate no era para mí...)