Estoy sumida en la desolación más absoluta.
Ayer tomé conciencia de que soy la única de mi pequeña comunidad de vecinos que no pilla cacho (por no decir que no follo. Ni siquiera hago el amor...). Nada. Niente.
Mi vecino de abajo, al que estaba barajando bajar un dia de estos a pedirle huevos (dos) en el salto de cama de la perla que no tengo, se ha revelado como un Casanova de cuidado (que no un Casanova descuidado, que sería si no se lavase el pelo (de la parte del cuerpo que sea...). No iba a encontrar hueco ni para abrirme la puerta, con tanto devaneo (y para hacerme suya lo tendría que pillar a traición, entre polvo y polvo...). Ellas van desfilando por riguroso orden de aparición.
Un piso más abajo, las germanas lesbianas (de "froilan" a "froilan") bailan solas.
Y en el primero, la pareja de italianos olímpicos, que practican todo tipo de deportes de riesgo, incluído quererse (fly-surf, ciclismo, salto con pértiga -la de él...-).
Y en el ático, allí donde debería reinar el amor fou, el deseo desatado, en el marco idílico para vivir historias de amor y lujo, allí donde se debería dar rienda suelta a los instintos más bajos (más altos, en este caso, que es un quinto piso...)... allí... nada.
Mientras el resto hace temblar los cimientos, yo le lanzo a Panchita su pelota preferida (que no es la mía).
Qué injusta es la vida.
Y yo con estos pelos...
Eso sí, el dia que triunfe voy a convocar junta (pero no revuelta).
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