Hace poco, a alguien cercano a mí le han dado una muy mala noticia relacionada con su salud.
Escalofrío.
Incredulidad.
No puede ser... tiene que haber una salida.
Hay veces que no hay salida, y no estamos preparados para que así sea.
Damos por descontada la salud, planificamos nuestra vida de cara a un retiro anciano y saludable que muy pocas veces se produce de esa forma, nos privamos del hoy en pro del incierto mañana... y nos quedamos con cara de nada cuando un imprevisto nos deja apenas con el hoy, como si nos hubiesen estafado.
Hace unos meses, charlando con mi adorado Mariscal en relación a la temprana, dolorosa e imprevista muerte de un gran amigo común, me hizo reflexionar algo que me dijo: "De jóven pensaba que no iba a vivir más allá de los 30 años. Me lo repetí tanto que acabé creyéndomelo, y todo el tiempo que estoy viviendo pasada esa edad me parece un regalo, un "bonus-track" que hay que aprovechar".
Me pareció una actitud de lo más inteligente.
No deja de parecerme una putada que alguien jóven deje de contar con el futuro como opción, pero sí me hace valorar más el presente... Y si tengo suerte de llegar más o menos entera a la edad de sentarme en una mecedora a mirar el mar mientras un atractivo, sudoroso y sonriente mozo (yo seré una vieja verde-limón, lo sé) me grita varias veces (la osteoporosis la doy por segura..) que si quiero desayunar ahí o pasar dentro, abuela (cada uno se imagina su vejez como quiere, oiga... OIGA, ABUELA!), quiero pensar que, si me muero en ese mismo instante, entre el zumo y las tostadas, habré vivido cada día.
Ese es mi plan de futuro.
Nada más.
Nada menos.
jueves, 17 de marzo de 2011
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