lunes, 23 de junio de 2008

Una serie de catastróficas desdichas

Hoy ha empezado a hacer calor, de ese que pide a gritos un baño, así es que he decidido inaugurar oficialmente el verano colocando mi excesiva piscina en mi menos excesiva terraza.
Bien.
Extiendo la piscina vacía sobre el suelo y ya me imagino en las cálidas noches veraniegas tomando la luna, mecida por las olitas de mi balsa.
(Bien)
Pongo a llenar la piscina. He de tener cuidado de no llenarla más de la mitad de su GRAN capacidad (son 2,5 metros de diámetro... demasiada agua). Calculo que en cosa de 1.30 horas estará llena hasta donde ha de estarlo.
(Muy bien)
Bajo las escaleras y me tumbo un ratito mientras se llena, y pienso que no pasará nada porque descanse los ojos un ratito...
...
....
zzz...
Se me olvida que se está llenando el equivalente a una piscina olímpica sobre mi cabeza.
(Mal)
Me voy a pasear a la perra.
(MAL)
Vuelvo... y recuerdo que yo antes estaba haciendo algo.
(OH-DIOS-MÍO...)
La piscina rebosa.
(Ay, la lecheeee...)
Riego las plantas, limpio la terraza tratando de aprovechar el agua que sobra, pero nada, el volúmen apenas varía... así es que decido que ya que me he de duchar, lo más ético es que utilice el agua de la piscina para vaciarla más.
Ahí estamos, en pelotas y enjabonada.
Ahí estamos yo y toda la familia de la casa de enfrente, que no pueden creerse la estampa.
En fin.
He hecho lo más lógico: saludar y resbalarme con el jabón..
Lo bueno de esto es que inmediatamente he desaparecido de su campo visual.
Lo malo, los moratones que saldrán casi ipso-facto y tener que contestar desde el suelo a los vecinos que, preocupados, me gritan "¿ESTÁS BIEN?" desde el otro lado de la calle.
Después he reptado por el suelo hasta la escalera, grácilmente.
No hay nada como ser poseedora del don de la elegancia natural.
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