domingo, 26 de diciembre de 2010

In trust we god.

Queridos todos,

Hoy es día 26 de diciembre (sí, lo pone más arriba, ¿y? ES MI BLOG), y lo que queda de mi estómago y mi figura hemos vuelto a casa, a salvo del coma gástrico y de la implosión de mis neuronas, de las dos.
Normalmente en Nochebuena aguantamos, año tras año, las mismas anécdotas. Una y otra vez (una y otra vez incluso durante la misma noche... cosa que te despierta algunas dudas acerca de la salud mental del narrador o la posibilidad de un dèja-vu colectivo).
Este año una nueva ha pasado a formar parte del repertorio familiar. Os la regalo.
De nada.

Sujeto: Mi padre.
Lugar: Porsupuesto, mi pueblo, Buñol.
Acontecimiento: Velatorio de un hombre que solía estar vivo antes de eso.
Hechos: Al parecer, el difunto era miembro de la Masonería, y tenía ciertas manías, que abarcaban también un fetichismo por su propia muerte (el muerto construyó su propia caja. Presumo que mientras estaba vivo) (y sí, volveré a hacer la misma broma).
En mi pueblo se vela al muerto durante la noche, y por la mañana se le traslada en un coche fúnebre al cementerio o a la iglesia, dependiendo de cuál haya sido la voluntad del muerto (...). El coche es seguido a pie por la gente que previamente ha acudido al velatorio y por espontáneos que se suman por mero morbo fúnebre hasta el cementerio.
Todo transcurría con normalidad, la caja fué subida al coche, éste arrancó y la gente comenzó a caminar detrás... pero el coche, inesperadamente, empezó a ir más deprisa... y la gente comenzó a apretar el paso... y el coche empezó a ir BASTANTE más rápido... y la gente, movida seguramente por no fallar al muerto en este trance, empezó a trotar tras el coche... hasta que este ya aceleró considerablemente y la gente, que ya corría, al cabo de unos metros y a la voz de "vete a la mierda, Ulises!!", gritada por un familiar exhausto, frenó la febril carrera, sin saber qué narices había propiciado la frenética velocidad del coche del muerto.
Poco después se supo la explicación: El muerto había dejado escrito que no quería que lo siguiese la gente cuando fuese hacia el cementerio. Pero el conductor del coche había olvidado ese "detalle"... el cuál recordó cuando, efectivamente, llevaba a medio pueblo siguiéndole tras es coche. Pensó que si aceleraba un poco, la gente (casi todos octogenarios) automáticamente pararía. No contó con la tenacidad de la ancianidad local, que por nada del mundo quería perderse el acontecimiento del día... así es que aceleró un poco más, y se quedó estupefacto al ver que la gente empezaba a trotar tras el coche, lo que no le dejó más salida que pisar con saña y sacar chirriando ruedas al pobre Ulises del pueblo.

Literalmente, Ulises corrió a su tumba.
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