Ayer, paseando mi resfriado por Valencia, pasé por una calle que hacía tiempo que no frecuentaba, y me vino a la memoria un episodio que había olvidado (qué bien funciona mi cerebro a veces...).
Todo se remonta a aquella túrbia época de mi vida en la que acabada de regresar a Valencia, aún algo desubicada, seguía empeñada en descubrir un diamante en bruto vía electrónica.
El susodicho en cuestión era simpático, a pesar de ser abogado, decía ser MUY deportista ("corro todos los dias unos 10 kilómetros por el río...") (guau, eso proporciona unas piernas fuertes, que siempre vienen bien para... para... para correr por el río, por ejemplo) (para los que no conozcan Valencia, no es que este tío sepa caminar sobre las aguas; el río es el antiguo cauce del mismo y ahora es un parque gigante que recorre la city), escribía bien (sin faltas de ortografía!!) y en las fotos parecía mono.
Ok.
Vale.
Suficiente.
Quedamos...
Me cita en el garito más oscuro de la ciudad, que no en vano se llama LINTERNA (me hubiese hecho falta una para llegar a la mesa conde adiviné una figura humana). Al cabo de unos 10 minutos, cuando se me acostumbran los ojos a la oscuridad, adivino al que parecía ser el padre del tipo de las fotos (debía de haber supuesto algo en el tono sepia de las fotos...)... este tio, en su juventud (allá por los años 60...), correría mucho por el río, pero ahora parecía haberse cenado al atleta que fué.
Hice lo único que podía hacer dada mi naturaleza cobardona y valenciana: alegué que me había dejado una paella en el fuego, y que se me pasaba el arroz... (a él ya hacía tiempo que se le había consumido el caldo)
Salí a trompicones del bar -seguía oscuro...-, de la cita, de la web y de su vida para siempre.
En fin.
Cositas.
Os juro que ya no hago esas cosas.
Ahora mis excusas son más creíbles.