miro el teléfono que tengo en la mano (izquierda).
lo vuelvo a mirar. abro la tapita (al hacerlo, el deslizamiento de una parte sobre la otra me crea un placer especial... no sé si por la suavidad en que lo hace, o por el ruidito que me avisa de que ya está abierto). La cierro. la vuelvo a abrir y miro en la pantallita recién iluminada.
Nada. Ninguna llamada (por supuesto, sólo me interesa una).
Marco un número, bueno, marco "EL NúMERO", pero antes de darle a la tecla que mandará inexorablemente mi llamada al espacio, para rebotar sobre una sartén y enviarla a su destino, vuelvo a cerrar el teléfono.
N O D E B O L L A M A R.
no tengo ninguna excusa válida que justifique esa llamada, si exceptuamos el mero placer de escuchar su voz al otro lado.
Y eso me haría parecer ansiosa.
Y se ve que no he de parecer ansiosa (o sea, que no puedo - N O D E B O- llamar).
Y vuelvo a mirar el puñetero aparatito, que se ha empeñado en no sonar (nada, ni un ruidito).
Y entonces le deseo al aparatito una muerte lenta y dolorosa.
(Por supuesto, la próxima vez que emita un sonido lastimoso pidiendo energía para seguir vivo, pienso tratarle con el mismo desdén).
(no pienso hacer ni un ruidito)
(como una liebre, vaya)
domingo, 2 de septiembre de 2007
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