martes, 24 de noviembre de 2009

Sentar la cabeza

Y, de repente, de la misma forma inesperada con la que llegan las cosas que se saben al acecho, le invadió un silencio atronador.
Todo se volvió aterradoramente "normal".
Su exquisito desasosiego se había ido para siempre.
Nunca entendió que eso, precisamente, es lo que anhela la mayoría.
Su cerebro lo procesó como el fin. Colapsó.
Su cuerpo se empeño en seguir respirando y moviéndose. Como si nada.
No se esperaba otra cosa de él.
Todos estuvieron orgullosos.
Nadie se dió cuenta de su discreto deceso.

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