Era un tipo increíble, absolutamente fascinado por la modernidad.
Tenía un cepillo de dientes eléctrico, una lavadora y una rasuradora eficaz.
También tenía una novia.
Era un tipo dinámico, usuario habitual de taxis y aviones.
Culto como pocos, leía al clásico Ovidio y al innovador Perec.
Incluso era capaz de descifrar con cierta facilidad las complicadas formulaciones de los tratados de estética.
Era un tipo correcto que, cada seis meses, recordaba con profunda nostalgia los lugares de su infancia.
Para dormir, reclamaba los arpegios frenéticos de Monk, reservando a Count Basie para los ritmos del amor.
Era un tipo original que todos los domingos almorzaba con su novia en el aeropuerto. Romántico en extremo, en los postres (siempre coincidiendo con un aterrizaje) ofrecía a su amada un singular regalo: una bombilla (los dias pares) o un tubo de neón (los impares).
Era un tipo terrible que detestaba el teatro de aficionados, la vida campestre y la comida china. No toleraba las opiniones del carnicero y, por principios, nunca saludó al vecino del quinto.
Lógicamente, le repugnaban los canelones y las cartas al director.
Su vida transcurrió íntimamente unida a los combinados magistrales del farmacéutico y a los turbios mejunjes del barman.
Se puede decir que fué, la suya, una cronología contradictoria que, en algunos momentos, fué lesionada por el cólico nefrítico pero que, gracias a la química, pudo mantenerse al margen de ladillas y estreñimientos.
Era un tipo magnífico que nunca dió de comer a los gorilas del zoo. En consecuencia, vibraba con el arte moderno, ya fuera abstracto o figurativo, y se declaraba agnóstico ante las cuestiones religiosas.
Era un tipo elegante. Fumaba sólo cigarrillos de importación (Abdulla Imperial Preference) y asumía disciplinado los dictados de la moda.
Para seducir, seguía los consejos del ala de su sombrero y de los seis botones de su gabardina.
Le fastidiaban los dias nublados, y cuando llovía, olvidaba sistemáticamente el paraguas.
Era, pese a todo, un tipo resuelto que aceptaba sin pestañear las predicciones del horóscopo y combatía el dolor de cabeza con dosis masivas de artículos de opinión.
Mártir característico del siglo xx, falleció electrocutado mientras manipulaba, sin precaución alguna, una batidora aerodinámica de cuatro marchas.
Su novia, enojadísima, no asistió a los funerales.
(Texto de Carlos Pérez, escrito para Paco Bascuñán Rams)
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7 comentarios:
Jo, qué fuerte a esta hora de la mañana. Sí que era un tipo peculiar, pero algo pasaría para que su novia no fuera a los funerales.
Lanita, desbordas talento por todos tus costados. ¡Cómo me gusta tu ironía! ¡Cómo disfruto con tus contrarios!
Lo era, lo era... pero el texto no me pertenece (ojalá!!).
Un gusto leerte a estas frescas horas, como siempre.
.-)
Cierto, chica, abajo pone la autoría. Para que veas lo despitada que puedo llegar a ser. Perdona.
Pero insisto en que el texto es una joya, sea de quien sea. Y tú otra por compartirlo con los aturdidos como yo.
Nada mujer... ojalá fuese mío! (desgraciadamente, mis textos son de una estofa mucho más baja..).
.-)
singular tanto el que lo ecribe como el descrito y grandes los dos :)
Era un tipo increíble..!
(me encanta lo del aeropuerto)
.-)
Exijo que me regalen bombillas los dias pares por imperativo legal, coincidiendo con un aterrizaje.
Eso sí, tendrán que ser de filamento (tengo intolerancia al neón)
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